Entrevista con Bill Carrothers I
Las Huellas de Bill
Si hay algo maravilloso de los conciertos de jazz en vivo es que completan - agregan, modifican o incluso contradicen- esa impresión que tenemos de los artistas, más allá de sus grabaciones y discos. Así me sucedió con Bill Carrothers las dos noches en las que pude disfrutar de su música en el marco del mega-festival de jazz de Barcelona.
El primero de los conciertos fue un sábado por la noche en el club Zacks, una “boîte” bailable malamente reconvertida en un pequeño club de jazz. Una noche lluviosa y el sitio repleto completan la escena… Fue así como entre impermeables, cigarros, tragos y bastante ruido apareció Bill, un rubito de metro 65 con pinta de humorista americano, se sacó los zapatos, farfulló algún chiste en inglés que nadie entendió muy bien y le saltó encima al piano junto a sus cómplices: Dré Pallemaerts en la batería y Jean Philippe Viret al contrabajo. Desde la primera nota nos sumergió en ese mundo tan Bill, una lenta balada cargada de extraños y oscuros colores. Se hizo silencio, y las armonías impresionistas y contemporáneas comenzaron a cautivar lentamente al público expectante. Carrothers iba mascullando con una especie de gemido interno las líneas melódicas y rítmicas de su mano derecha. Dré generaba largos espacios rítmicos con sus platillos, estirando y haciendo del beat una espesa laguna. Jean-Philippe, atento a cada movimiento y muy en su sitio, acompañaba y seguía sutilmente los pasos de los otros dos, pero sobretodo dejaba hacer a Bill: explorar, jugar, abrirse camino, girar violentamente y luego volver a intentarlo como quien busca la salida de un laberinto inagotable. Después de la balada, el trío se despachó una vieja canción americana de reclutamiento militar de la segunda guerra mundial. La búsqueda del pianista en el cancionero y la tradición americana data de por lo menos 12 años atrás, cuando editó “the blues and the greys”, y acaba de dejar otra estampa con la reciente edición de “Civil War Diaries”, su primer disco de piano sólo.
Lo interesante del tratamiento de Carrothers en estas canciones de guerra reside en cómo esconde detrás de estas melodías cotidianas y sencillas un profundo mundo emocional construido a través de armonías sofisticadas y abstractas. Quizás sea con la figura de Charles Ives, el gran compositor americano, originario de Connecticut (como Bill), con quien se lo pueda emparentar en esta búsqueda.
Aparecieron, infaltables, un par de standards: “I love Paris” y otra vieja balada de nombre ignoto. También se dio el gusto con un extraño blues de Ornette Coleman. En toda esta parte quedó claro, para mi sorpresa, que Bill nos paseaba por épocas y mundos insospechados: abandona las armonías espaciales y los tempos dilatados por el medium-swing tipo Cole Porter, para luego tocar una melodía al mejor estilo del jazz de los años 20, con acordes de una simpleza casi exagerada, convirtiendo a Zacks en un burdel neoyorquino de comienzos de siglo XX, para luego volver a la modernidad de Ornette. Quizás fue este amplio abanico musical lo que más sorprendió de Bill. Todos nos esperábamos la música de la primera media hora de concierto, pero pocos hubiésemos previsto el resto. Bill, inquieto, se ríe de sí mismo y evita así las posturas convencionales. No es un abanderado de la música improvisada ni de la vanguardia contemporánea. Tampoco es, evidentemente, un puro pianista de bebop o de hard-bop. En Carrothers parecen convivir estos y más elementos de un modo orgánico, palabra que tanto gusta al propio Bill. Yo utilizaré otra: honesto. Carrothers se muestra tal cual es sin concesiones, y coherente con él mismo. Y como gran artista que es construye pequeños universos, sin importarle demasiado cómo los quieran catalogar los críticos de turno.
Sobre la noche del domingo sólo diré que en un ambiente menos expectante los músicos parecían más a gusto y más relajados. Comenzaron con una versión a todo vapor de “Evidence” de Monk. Los piecitos marcando el dos y el cuatro anunciaban una noche con más swing. Como todos sabemos, en el jazz no hay dos noches iguales, y el trío lo dejó bien clarito, haciendo un repertorio enteramente distinto al de la primera noche. Y si el sábado el fantasma de Charles-Ives parecía estar recorriendo las mesas, el domingo fue el turno del viejo Tristano. Quizás mi única crítica respecto a las dos noches sea que tanto a Dré como a Jean Philippe les faltó vuelo propio, y por breves momentos no parecieron estar lo suficientemente ajustados. Supongo que inclusive para un baterista y un contrabajista de la talla de Dré y Jean Philippe no es una tarea fácil seguirle los pasos al avasallador Bill, artista al que saludo, admiro y aplaudo.
Octavio Bugni.
12/2005
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